Por Luciana Balanesi
Ella creció viendo y creyendo que el amor duele. Transcurrió su infancia escuchando, cada tanto, llorar a su mamá, encerrada en la habitación, cuando su papá volvía tarde o cuando discutían y gritaban y se empujaban y…
Era cierto. El amor duele, corroboró ella el día en que su primer amor le dijo que nunca más tenía que mirar a otro. Y ella, desde entonces, camina mirando las veredas.
Porque el amor duele comprendió el enojo visible, audible y corporal de su amor cuando faltaron víveres en la alacena, y se ocupó ella, desde entonces, de estar apenas abastecida. Con el tiempo fue aprendiendo y se fue anticipando.
Y claro, cómo no va a doler el sexo si el amor duele tanto, se consolaba mientras se bañaba después de las ocasiones, cada vez más frecuentes, en que su amor la obligaba, la forcejeaba, sin que nadie más que ella y su dolor corporal lo supieran… Porque aunque ella no tuviera ganas él sí… Y, es normal, pensaba ella.
Y sí, el amor duele… Y cómo no va a doler el amor si amándolo tanto la obligó a abortar porque no quería hijos… Tiene razón, se consolaba ella valorando la clínica privada a la que él mismo la había llevado para detener su embarazo. Los médicos hicieron su trabajo. El, su amor, había dejado todo pago. Ella, sola, sin él, sin su bebé, se volvió a su casa en colectivo. No le dolía nada, sólo un poco más de lo habitual el corazón…
El amor duele tanto, tanto que no le dolieron, en principio, las heridas que le dejó en la cara cuando la golpeó. Porque después él lloró. Y desconsolado le pidió perdón y se reconciliaron.
Pero ella sabe, ahora que le empezaron a doler los golpes, que el amor lastima más de lo que pensaba…
Ojalá su mamá le hubiera dicho que no se enamore, que el amor es malo, que el amor duele. “Ojalá no me hubiera enamorado”, piensa ella mientras llora, en silencio y a escondidas, encerrada en su habitación.